martes, 9 de junio de 2009

Para reflexionar

Matrimonio: plenitud o frustración


El matrimonio implica ciertas exigencias que son compatibles con la vida profesional. Sólo falta que quieras hacerlo


Llamémosla Maricarmen. Tiene 32 años y es directora de una financiera muy importante. En lo profesional es una mujer de éxito, pues avanza con paso firme hacia la meta que se impuso recién graduada de la universidad. En lo personal, acaba de cerrar un capítulo de su vida. Su primer divorcio.
Está convencida de que fue lo mejor para ella, pues su ex marido tenía la “loca” idea de tener hijos pronto, exigiéndole reducir sus horas de trabajo para así poder dedicarle más tiempo a ellos cuando llegaran. Con mucha firmeza, Maricarmen dice que tuvo que tomar una decisión drástica, pues dentro de sus planes los hijos no eran una "prioridad", especialmente hoy que estaba a punto de lograr la presidencia ejecutiva en la corporación donde trabaja.

Maricarmen, es una mujer de éxito. Por lo menos ella cumple con el perfil de la mujer que está triunfando hoy. Como ella, son miles las mujeres que, por alcanzar el éxito y la gloria a nivel personal, se casan con la idea de planificar los hijos para diez años después, si acaso llegan a tener uno solo y luego, decepcionadas del amor deciden divorciarse.

Viven todo lo anterior con mucha fuerza, parecen ser un tipo de mujer que no se detiene a pensar en su naturaleza, pues dice tener sus propios valores y derecho a vivir la vida de una mujer de su tiempo.

¿Apuntará la vida de una mujer así a la trascendencia? ¿Puede una mujer, que decide olvidarse de los valores más nobles, influir positivamente en la generación de mujeres jóvenes que seguirán transmitiendo los valores?

Plantearse y responder estas preguntas es importante porque en el fondo se descubre que las mujeres que viven de esta manera, se han distanciado u olvidado de Dios, como muy bien lo señala Jutta Burgaff, "distanciarse de Dios, lleva a una vida humanamente empobrecida".

Ninguna mujer que haya atendido al llamado de la vocación al matrimonio puede ser exitosa ni triunfadora, si el sentido específico de su existencia —de esa vocación— no se realiza. Es decir, mucho antes de que se haya alcanzado el éxito como profesional, empresaria, inclusive artista, deberá haberse triunfado en su natural y específico rol: ser compañera, esposa y madre. Esto no es negociable, pues su realización vendrá sólo y cuando, profundamente en su interior, haya descubierto el misterio de su ser personal.

Como las demás, la vocación al matrimonio exige mucho y da mucho. La mujer que ha sido llamada por Dios a ser compañera y madre debe responder a ese llamado con alegría y visión sobrenatural.

Y es que, como señala el Catecismo de la Iglesia, “el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad—; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a fecundidad” (CEC, 1643).

Cuando una mujer incursiona en el mundo empresarial o laboral, sin perder de vista su vocación, puede llegar a tener tanto o más éxito que aquella mujer que, dentro de su matrimonio, ha decidido dar la espalda a estos valores específicos en esa vocación concreta que la definen como persona.

Me pregunto cuántas Maricarmen vivirán en el mundo, totalmente ignorantes de su vocación digna y admirable, estrellando sin pensarlo o cuestionar, el proyecto de vida que Dios tuvo para ellas, al momento de su creación como mujeres. Si tú como mujer, que lees este artículo tienes amigas que ignoran la grandeza de su misión, es hora que comiences a descubrírselas. ¿Te atreves?

Toma en cuenta si alguna vez lo haz pensado

Antes de divorciarte


Cuando tengo que atender casos en los que la solución parece inevitable, suelo cuestionar: “Pero vamos a ver, ¿en este momento hay prisa para decidir sobre el divorcio?”



Según parece cada día aumenta el número de divorcios y no sólo en los Estados Unidos, sino en países como el nuestro, donde tenemos una estructura familiar mucho más sólida y sana. Por lo cual nunca estará de más profundizar en esta triste realidad que, suele ser la puerta de escape de las crisis matrimoniales. Una puerta de escape en un avión es algo que solamente en situaciones de gravedad excepcional debe usarse. Nadie haría un salto en pleno vuelo sin tener un motivo serio, y un entrenamiento proporcionado pues, por principio, tal acción se antoja suicida.

¿Puede usted imaginar algo más triste para una persona casada que su cónyuge le venga un día con que: “No soy feliz. . .”; “ya no te amo. . .”; “es imposible seguir viviendo así. . .”? Todos tenemos muy grabadas en nuestras retinas las escenas del derrumbamiento de las torres gemelas de Nueva York, pues esas son las imágenes gráficas de lo que sucede en el alma de tanta gente cuando les dicen “eso”. Es decir, cuando le echan abajo las ilusiones que durante años los habían mantenido luchando por el motivo que le daba sentido a sus vidas.

Las crisis de pareja suelen coincidir, o ser el resultado, de crisis personales: crisis de identidad, de inmadurez, crisis profesionales, económicas, ante la falta de cariño, atención y comprensión. Crisis ante la falta de reconocimiento al descubrir la desilusión provocada por las elevadas expectativas de la pareja, y que no se pueden satisfacer ya que no se es tan inteligente, bonita, educado, trabajador, cariñoso, tan solvente económicamente hablando, tan delgada, . . . y es entonces cuando llegan a plantearse -según ellos- “la ruptura total”, es decir: el divorcio.

La experiencia suele demostrar que la aniquilación del vínculo matrimonial, sólo se da en teoría, pues querer hacer desaparecer si más, por un simple trámite legal, todas las expectativas de felicidad que llevaron a una pareja hasta el matrimonio es demasiada pretensión. De hecho, esas expectativas se convierten en heridas supurantes que no cicatrizan con el paso del tiempo, pues suelen dejar en el alma un profundo y constante sentimiento de fracaso.

Cuando tengo que atender casos en los que la solución parece inevitable, suelo cuestionar: “Pero vamos a ver, ¿en este momento hay prisa para decidir sobre el divorcio?” y casi siempre la respuesta es: “¿Prisa? No, pero es que él, o ella, ya no quiere esperar más”. “De acuerdo pero, insisto, ¿Hay prisa?” Si la respuesta sigue siendo: No, entonces sugiero aplazar más la decisión acordándome de una sabia premisa que dice: “Las cosas importante pueden esperar, y las muy importantes deben esperar”.

Por otra parte, cuando una persona se halla ante la disyuntiva del divorcio, suele encontrarse en una situación anímicamente alterada, por lo cual los riesgos de error aumentan. De vez en cuando recibo correos electrónicos que vale la pena guardar, y en uno de ellos venía esta enseñanza:

“Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto y lo cortó. Pero luego, en la primavera, pudo darse cuenta, con gran tristeza, que al tronco marchito le brotaron retoños. Mi padre dijo: “Estaba yo seguro de que ese árbol estaba muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Hacía tanto frío, que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo tronco ni una pizca de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba en él la vida.” Y volviéndose hacia mí, me aconsejó:

“Nunca olvides esta importante lección. Jamás cortes un árbol en invierno. Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca tomes las más importantes decisiones cuando estés en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La tormenta pasará. Recuerda que la primavera volverá”.

Hasta aquí no he mencionado las repercusiones que se dan en los hijos de quienes se divorcian. Sobre ellos se han escrito, y se podrán seguir escribiendo muchos, y muy tristes libros.